Cuando los hijos son pequeños ven a sus padres como los fuertes; son esos héroes invecibles que siempre están para salvarlos de todo tipo de peligro, por lo tanto cualquier signo de debilidad es incomprensible. Para muchos llorar en un signo de debilidad que no se debe mostrar delante de los niños por temor a confundirlos y preocuparlos; sin embargo creo que es todo lo contrario, es una oportunidad para hacerles ver que somos humanos y también sentimos. Nuestra fortaleza no radica en escondernos para que no nos vean cuando estamos sentimentales, sino en sobrellevar y afrontar con entereza las situaciones que se nos presentan durante nuestra vida. El no mostrarnos sentimentales crea en los niños poca confianza en sus capacidades, crecen con baja autoestima y baja tolerancia a la frustración. "El evitarle a un niño las emociones negativas se le está transmitiendo el mensaje "de que no confiamos en él, en su fuerza, creatividad o autonomía y tampoco en su capacidad para asimilar esas situaciones y adaptarse a los cambios", añade la psicológa Noemí Guillamón. Si nuestros pequeños crecen en una familia donde no se llora, llegan a la adolescencia reprimiendo sus emociones y eso les hace mucho daño. Son chicos que se van guardando todo hasta que explotan y no siempre positivamente; muchas veces sus consuelos son las drogas o el alcohol. ¿Porque escondernos para llorar si nos sentimos tristes, estresados, angustiados, frustrados, etc?. Contenernos no es la solución, nuestros niños deben saber que tanto ellos como nosotros somos personas que debemos trabajar diariamente en nuestros planes y metas y muchas veces éstas no se cumplen, lo que en ocasiones nos lleva al llanto. Por otro lado, llorar delante de nuestros hijos nos ayuda a sanar porque nuestras lágrimas son una forma de liberar la tensión y quitarnos las cargas más pesadas de encima, esto les hará saber que no deben avergonzarse cuando lleguen a sentirse mal, lo cual es muy importante para su desarrollo psicológico y anímico; en tanto tengan claro que se trata de una acción para desahogarse y no de una solución. Podemos incluso responder cuando ellos nos pregunten la causa de nuestro llanto y explicarles con prudencia lo que nos sucedió, puede ser un mal día en el trabajo o que nos sentimos mal porque tenemos muchas cosas qué hacer y no sabemos por dónde empezar, etc. Todo esto en conjunto los ayuda a que sean compresivos y empáticos, a enteder que mamá e incluso papá también se sienten mal y cómo ellos pueden llorar sin que se alarmen; esto también puede ocasionar que den sus opiniones y cooperen (si es que pueden) para solucionar el problema. No tengamos miedo a mostrar esa emoción natural que ayuda a fortalecer el vínculo entre padres e hijos. Enseñémosles que la felicidad, la tristeza, la fuerza y el cansancio, son sensaciones que también vivimos en la vida adulta. Fuentes: |
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