Había una
vez un pueblito muy pintoresco, lleno de árboles y abedules, flores blancas amarillas y rojas; habitado por gente feliz que cantaba todo el tiempo. La iglesia al centro
del pueblo, el mercado lleno de pescado que los pescadores recogian temprano. Al final de la calle principal, en un camino lleno de arboles frondosos y hojas verdes, que caian a las orillas del camino color tierra, casi no dejaba pasar la luz tantas ramas que se asomaban, al final del caminito, estaba una casita no mas grande que un coco, de color roja con blanco y lineas azules. Las ventanas abiertas, dejaban salir un olor de un delicioso pastel de chocolate que se enfriaba en la mesa, de la chimenea salia humo olor a sopa, atras de la casa, se escuchaba unos golpeteos sobre la madera, y ahi estaba, un pequeño duendecllo vestido con zapatos puntiagudos color verde, pantalón bombacho de una suave tela delgada color rojo y un sueter amarillo. Golpeaba fuerte el madero e intentaba hacer un baul diminuto para guardar oro y joyas de un tesoro abandonado atrás de un árbol gigante, el cual cuenta la leyenda que era el tesoro de una bruja encantada y envidiosa que robaba y cuando murio lo enterro. Cuando terminó su baul y escondió su oro y joyas fue a la playa a caminar, y diviso navegando un barco de colores brillantes, tripulado por adas y hechiceras. La duendecilla por ir juagando, se cayó al mar y acechada por un tiburón el duendecillo la salvo ágilmente y se enamoró de ella y la llevo a su casa y le enseñó su tesoro y de las joyas que tenía le regalo un anillo magico. La duendecilla al colocárselo en el dedo, se convirtió en una princesa y el duendecillo en un guapo principe, y el anillo les mostró el embrujo del que habían sido objeto al nacer y solo si el mar los juntara y él le regala el anillo serian felices, asi que se abrazarón, llorarón y fuerón muy felices para siempre. Colaboración de:Juan Manuel Sena Sánchez |